En el blog de Bruno Moreno en Infocatólica, Espada de doble filo, he leido algo que para mí ha resultado una auténtica joya de reflexión evangélica, digna de la más subida teología cristiana: la interpretación que hace Arturo Picatoste del pasaje evangélico en el que Jesús escribe en la tierra mientras espera respuesta de los que están dispuestos a lapidar a la mujer adúltera.
Una hermosa ligazón la que realiza Arturo Picatoste entre Jesús y las profecías del Antiguo Testamento. Una más, ya que el Antiguo Testamento no deja de ser una profecía de la venida del Redentor.
Os dejo con esta joya.
Algo escrito en la tierra
Por Arturo Picatoste
Todos conocemos el pasaje de Jesús con la mujer adúltera a la que querían lapidar. Lo más famoso de ese pasaje evangélico es la frase que se ha hecho popular: El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra.
Junto a dicho momento, hay otro momento muy singular y que siempre ha provocado curiosidad, ha llamado la atención, ha permanecido en la oscuridad como algo inexplicable, como si fuera un juego o algo sin importancia: Jesús antes y después de dicha frase contundente se pone a escribir algo en la arena, en el polvo del camino. El pasaje es exactamente así:
Mas Jesús se fue al monte de los Olivos. De madrugada, se presentó otra vez en el Templo, y todo el pueblo acudía a él. Entonces se sentó y se puso a enseñarles. Los escribas y fariseos le llevan una mujer sorprendida en adulterio, la ponen en medio y le dicen: «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés nos mandó en la Ley apedrear a estas mujeres. ¿Tú qué dices?» Esto lo decían para tentarle, para tener de qué acusarle. Pero Jesús, inclinándose, se puso a escribir con el dedo en la tierra. Pero, como ellos insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: «Aquel de vosotros que esté sin pecado, que tire la primera piedra». E inclinándose de nuevo, escribía en la tierra. Ellos, al oír estas palabras, se iban retirando uno tras otro, comenzando por los más viejos; y se quedó solo Jesús con la mujer, que seguía en medio. Incorporándose Jesús le dijo: «Mujer, ¿dónde están? ¿Nadie te ha condenado?» Ella respondió: «Nadie, Señor». Jesús le dijo: «Tampoco yo te condeno. Vete, y en adelante no peques más». Jn 8, 1- 11.
Como decimos, todo este pasaje tiene una riqueza teológica grandísima. Sin embargo, esa actitud de Jesús que repite en dos momentos, la de ponerse a escribir con el dedo en la tierra, siempre ha permanecido en la oscuridad, como si no tuviera sentido: «Cuando los escribas y fariseos se acercan a El para tentarle y tener de qué acusarle, le hacen una pregunta: Pero Jesús, inclinándose, se puso a escribir con el dedo en la tierra».
Pero ellos insisten. Parece que no captan o no quieren captar su respuesta con el gesto. Por eso, Jesús habla ahora con su voz: «Aquel de vosotros que esté sin pecado, que le arroje la primera piedra». Para inmediatamente, volver a hacer el mismo gesto: «E inclinándose de nuevo, escribía en la tierra».
Es decir, Jesús, da su respuesta clara y rotunda ante la que no pueden hacer nada, entre gesto y gesto, que es el mismo: escribir con el dedo en la tierra, en el polvo del camino. Podemos entender que el gesto y su frase forman un todo. Ambos aspectos se avalan entre sí, dándose fuerza mutuamente.
No es, en ningún caso, un gesto sin importancia, pues Jesús no hace ni dice nada al azar, porque sí. Todo lo que hace brota de lo más profundo de su Corazón. Ya nos enseñó que «La boca habla de lo que rebosa el corazón» (Mt 12, 34). Y los expertos en comunicación siempre han dicho que el ser humano se comunica más por el lenguaje corporal, por gestos, que por la misma palabra hablada.
Sin embargo, esos dos gestos de Jesús, los mismos de escribir con su dedo en la tierra, en el polvo del camino, no han sido comprendidos. La Biblia de Jerusalén en sus comentarios dice que queda oscuro el sentido de este gesto.
En mi humilde opinión, creo que el Señor me ha aclarado dicho gesto, pues encontramos plena luz al respecto en el capítulo 17, versículo 13 del Profeta Jeremías:
Señor, tú eres la esperanza de Israel,
todo el que te abandona quedará avergonzado.
El que se aparta de ti
quedará como algo escrito en la tierra,
porque abandonó al Señor,
al manantial de aguas vivas (Jer 17,13)
¿Qué podía significar el gesto de Jesús sino lo que el profeta Jeremías advirtió siglos antes? El que se aparta de ti quedará como algo escrito en la tierra. Jesús, el Señor, la esperanza de Israel, estaba en medio de su pueblo. Sin embargo, los escribas y fariseos le abandonaron: «Ellos, al oír estas palabras, se iban retirando uno tras otro, comenzando por los más viejos; y se quedó solo Jesús con la mujer, que seguía en medio».
No le supieron reconocer, tener fe y lavar en su Corazón de Misericordia sus pecados: ante su Palabra, no tuvieron más remedio que abandonarle avergonzados, y así, con el gesto y con la Palabra de Jesús, se cumplió la Escritura:
Señor, tú eres la esperanza de Israel,
todo el que te abandona quedará avergonzado.
El que se aparta de ti
quedará como algo escrito en la tierra,
porque abandonó al Señor,
al manantial de aguas vivas (Jer 17,13)
Los escribas y fariseos y todos los que querían lapidar a esa mujer quedaron escritos en la tierra, porque su pecado, su falta de verdadero amor y de fe, les apartó del Señor, el manantial de aguas vivas: «Jesús puesto en pié, gritó: “Si alguno tiene sed, venga a mí, y beba el que crea en mí”» (Jn 7, 37).
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